25 oct 2010

Fin del mundo fantástico



Un ingeniero forestal acarrea a sus dos hijos a la Expo. Mientras él trabaja, ellos exploran. El niño tiene ocho y la niña seis, por lo que no están interesados, a diferencia del resto de los visitantes, en sacarse fotos con las promotoras o recibir un portalápiz de acrílico con el logo de un laboratorio farmacéutico.

Recorren los pasillos de los animales y les tocan las narices, les miran a los ojos, tratando de adivinar quién será el ganador del premio. No entienden bien en qué compiten. ¿Quién salta más alto?¿Quién corre más rápido?

En una esquina doblan y se encuentran frente a un pasacalles que proclama con letras de distintos colores que Mickey y Minnie estarán en la Expo, ese día. Saltan de emoción.

Le piden dinero al padre, compran pororó. La llegada de los ídolos infantiles está programada unas horas más tarde, pero de todos modos ellos ya están firmes a la entrada de la tienda de lona indicada en el anuncio. Aún no llega nadie. Entran y encuentran unos bancos de madera de tres hileras. No hay nada más. Se sientan y esperan, ansiosos.

¿Cómo será que vienen de tan lejos, tan rápido? Nada es imposible para Mickey, ni tampoco para Minnie siempre y cuando esté con Mickey. Mickey puede regalar caramelos en navidad sobre la avenida Félix Bogado sin permiso de Disney ni de nadie. Así que también puede caerle a la Expo en un dos por tres, tranquilo. En tanto discuten esto, en lugar de Mickey aparece Cebollita, el payaso enano de El Mundo Fantástico de Tito. Cebollita les pregunta si están dispuestos a dar su mejor esfuerzo para ayudar a Mickey y a Minnie. Ellos pierden la voz pero afirman con un gesto, extasiados.

Cebollita los conduce hasta la parte de atrás, un automóvil aparece y baja el mismísimo Tito. Abre la valijera y saca dos enormes bolsas de basura negras. Las deposita en el suelo frente a los niños y les acaricia el cabello, mientras les agradece la predisposición de colaborar con Mickey y Minnie para traer alegría a los niños y niñas de la Expo, y también de todo el Paraguay. Ellos sonríen, sin dejar de mirar las bolsas a sus pies. Cebollita las agarra y las lleva dentro. Pide que le sigan los buenos. Los niños, obedientes, le siguen.

Dejan caer las mandíbulas, sin emitir sonido, cuando el payaso abre las bolsas y extrae dos precarios disfraces hechos de espuma de colchón. Vos vas a ser Mickey y vos Minnie, dice, y sin esperar respuesta les ayuda a ponerse los trajes. Finalmente les coloca la cabeza y los niños, ya en el interior, empiezan a sudar. Sudan por calor y por terror. Tripas de su propia fantasía, no pueden moverse casi. Los llevan al centro de la carpa ante los alaridos eufóricos de muchos otros niños. Cebollita salta, Tito grita, ellos dos no hacen nada. Bailen, bailen, les anima Cebollita. Minnie empieza a llorar. Cebollita la agarra fuerte de un brazo y le ordena que pare y baile. Minnie llora más alto. Mickey empuja a Cebollita, que cae al piso. Los niños lo ovacionan. Prueban escapar, Mickey y Minnie, por la entrada principal de la carpa, pero Tito se les interpone en el camino con la mueca de propietario de circo. Muertos de miedo, intentan abrazarse pero sus enormes cabezas chocan. Tito se abalanza sobre ellos, pero entonces los demás niños hacen lo mismo sobre Tito, le cagan a trompadas, algunos le clavan los palitos de sus algodones de azúcar en ojos y garganta. Mickey y Minnie salen corriendo, Cebollita sostiene al moribundo en brazos, Tito muere. Es el fin del mundo fantástico, apenas el tercer día de la Expo.

---

Con base en una anécdota,  aunque sin final feliz, de Alejandro Fretes Wood.

No hay comentarios:

Publicar un comentario