30 oct 2010

El tercer y cuarto tiempo.

El calentamiento empieza con unas botellas de litro sentados en la vereda. Frente a la despensa. Ésta eventualmente cierra, de modo que lo siguen parados en la calle, ahora en botellas más pequeñas, frente a la estación de servicio de la esquina.

Finalmente, comienza:

Cerro ganó más clásicos. Olimpia tiene copas internacionales. Cerro es el club del pueblo. Olimpia tiene más hinchas. Tierra roja y cielo azul, Cerro nio es este país. Plata blanqueada y mercado negro, Olimpia era ODD y sigue siendo este país y a quién puta le importa. El fútbol luego es negocio, una cagada es. Vos lo que sos una cagada, qué lo que estás diciendo, enfermo. Lanzamiento de bala, por ejemplo, es un deporte noble, siempre fue olímpico. Sabés qué, vámosna afuera. Ya estamos afuera. Bueno, esperá me saco mi remera que es original.

Los dos lanzan unas cuantas patadas al aire, ni una sola vez se aciertan. Un tercero les separa. Les dice que el fútbol es el reemplazo simbólico de la guerra y que pelearse por culpa del mismo es, cuando menos, una contradicción, si no directamente una pelotudez.

Esta vez sí aciertan las patadas y, después de cansarse, lo abandonan en el suelo. Se piden disculpas y se dan un abrazo fraternal.

Quince minutos de descanso.

Suben al auto, pasan por la calle de los travestis y el copiloto lame un pezón. Luego arrancan y gritan puto. Atraviesan la avenida y se detienen a realizar un rápido estiramiento, esta vez en latas y cerca del mercado. Intentan estafarle el importe, borrachos pero seguros de sí mismos, al panchero. No tienen éxito. Doblan en la siguiente avenida y se encuentran, a las cinco de la mañana de un miércoles, jugando de nuevo mientras manejan en zigzag detrás de un hombre que va a su trabajo en bicicleta. Sacan la cabeza por la ventana del auto y le gritan al ciclista que, justo hoy, sacó la lotería, que es el peor día de su vida, que se va a morir, que le van a pasar por encima como si fuera una hormiga. El auto es un Marutti, pero igual. El ciclista se arrima al borde de la calle, sin detenerse, y responde que le dejen en paz. Ellos se ponen a su lado y le arrojan latitas semivacías a la cara sin dejar de amenazarle. El ciclista frena de golpe y les grita que son unos borrachos de mierda. El auto también frena, un poco más adelante, y el copiloto desciende corriendo: te voy a mataaaaaar. El ciclista huye en dirección contraria. Llega hasta una caseta policial y pide ayuda. El policía, con los ojos entrecerrados, sale de su caseta justo en el momento en que el copiloto, que es abogado, llega corriendo para encajarle un puñetazo al ciclista, y exclamar:

-Hijo de puta, quién te creés para intentar robarme, te voy a reventar.

El policía, por ende, duda. En medio de ambos. Carece de elementos inmediatos para tomar partido hacia uno u otro lado, sea que se trate de un pobre diablo aterrorizado gratuitamente por un par de borrachos o, en todo caso, de las víctimas enfurecidas de un asalto fracasado. ¿Quién qué? No sabe, no responde, no le calienta, quiere volver a dormirse y soñar con lo que estaba soñando recién y acaba de olvidar. Era algo magnífico, algo mejor que esto. Cierra los ojos un segundo para tratar de recordar y es por esta razón que no hay quien dé el pitazo final. Nunca.

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